sábado, 2 de mayo de 2020

ES MEJOR ESCUCHAR QUE HABLAR DE JAZZ

Principio de los ochenta, me encanta hablar de jazz. Estoy en casa, pongo la tele, reposición de Bonanza, pongo la radio, suena un ragtime, maravillas de la vida, empieza el informativo de las ocho y vuelvo a poner una cinta de jazz, una de estas cintas que me gusta escuchar. Hace tiempo que no tengo giradiscos. En esta ciudad hay que buscarse la vida para comprar y escuchar Jazz. Sólo están Linacero El Corte Inglés, que de lo imprescindible, de lo necesario tienen poco; de lo nuevo, de lo reciente que merece la pena, tienen poquísimo y de lo que buscas, casi nada o nada. Cuántas veces he ido a comprar un disco que he oído en la radio y me he vuelto con otro. Cómo me gustan esos viajes a Andorra o Barcelona, buscas y encuentras, ves y escuchas, una maravilla, descubres y te vas al banco a por toda la pasta que tienes... qué ilusión.
El catálogo es la solución. Suscribirse a revistas. Discoplay, SatchmojazzCuadernos de Jazz, en ocasiones tienen unas ofertas muy buenas y muy interesantes. Por ejemplo, recuerdo cuando Discoplay puso a la venta un montón de cedés de la Criss Cross, sello que Discoplay quería quitarse de encima, o algo así, porque los discos estaban muy baratos. Aprovechamos la oferta, una oferta que nos descubrió un mundo. Nos juntamos varios amigos y nos compramos un montón de cedés del sello devaluado, donde sonaban, entre otros, jóvenes valores del Jazz: Brad Mehldau, Seamus Blake, Chris Cheek, Peter Bernstein, Kurt Rosenwinkel, Larry Grenadier, David Kikoski, Mark Turner, los hermanos Drummond y un largo etcétera. Me he pasado de frenada, rebobino.
Estoy a principios de los ochenta y estoy escuchando jazz, y es que en aquel momento escuchaba jazz y no Jazz. Bueno, para mí en aquel momento era Jazz. La música no cambia, somos nosotros los que cambiamos el valor de las cosas.
Tengo pocas cintas, las escucho una y otra vez, en realidad no me importa, pero en ocasiones me gusta curiosear, oír cosas nuevas, buscar la sorpresa, la cosa nueva, el aprender. Voy a salir, tomar una copa o unas cuantas. 1984, como la novela de Orwell, estoy en plena forma. Habitualmente cuando salgo a escuchar Jazz a bares no suelo quedar con nadie y hoy tengo ganas de hacer eso; hoy quiero ver qué música me regala la ciudad. Primero me acerco a la calle Refugio, al Bonanza, me pido una tortilla con un vasito de vino; Jesús Laboreo me comenta que está pensando en establecerse por su cuenta, en abrir un pub al estilo inglés, con sus pintas y sus medias pintas, con su Guinness y sus whiskys. Siempre es un placer hablar con Jesús, pero tengo que empezar la cabalgata musical. Me dirijo a la calle Zumalacárregui, al Maravillas; se atreven hasta con Ornette, aunque eso crea cierta tensión entre los camareros. Hoy suena un disco de Don Grolnick, es un disco flipante, me encanta, pido un Bacardí con Schweppes de limón, me siento en una mesa, enciendo un Marlboro y disfruto del momento. Entran unos broncas y me cortan algo el rollo, la zona empieza vivir un cambio, creo que no le queda mucho de maravilla al Maravillas. Me despido de Dani, quien me comenta que está pensando en cambiar de zona, quizá una cafetería, dejar la noche. Me dirijo al mundo de lo moderno, a la calle Lorente. Aquí toca Barceló con hielo. Suena Seamus Blake, es vibrante. Me pongo a hablar con el camarero, conoce mucha música y sobre todo de lo moderno, de lo que se lleva ahora, la onda de New York. Me habla y me pone música que ni siquiera me hubiese imaginado que pudiera existir ( En el bar La Radio pasé mucho rato y oí nacer los mejores discos de Scofield, aquel día estaban tomando unas copas Mehldau y Jeff Ballard, es curioso pero siempre que venían a tocar a Zaragoza músicos de N.Y. paraban en La Radio). Seguimos hablando y me comenta que le ha bajado la clientela y que está pensando en abrir un restaurante. Me despido de Diego y me dirijo a la calle San Antonio María Claret, a El Bocata. Está sonando John Coltrane a un volumen bastante serio, el dueño está cortando algo de jamón, la clientela es bastante especial: prostitutas, chulos y otros nocturnos en su momento de relax. Parece increíble que la gente esté tan tranquila con su café sonando Stellar Regions a todo trapo. Me siento a un lado y pido una Alhambra; José se pone a hablar conmigo y me regala parte de su experiencia acumulada, pinceladas de las horas de música memorizada y biografías leídas durante más de veinte años en el negocio. En muchas ocasiones he pensado que ha sido la persona que más me ha enseñado de música. Me despido de él, pero aún le da tiempo a comentarme que quiere cambiar de vida, que la noche le satura.
Ya se está haciendo tarde y me dirijo a casa, paso por delante de la puerta pero decido hacer la última visita. Avenida Valencia, paseo Teruel, giro por Doctor Horno como si fuese a visitar el Mazinger, pero me meto en la calle García Galdeano, me siento en un taburete, pido media pinta de Guinness, suena Stan Getz, pido otra media, suena Davis, pido media y suena Sassetti, estoy pensativo escuchando el último disco de Scofield, que dicho sea de paso ha vuelto a nacer. El paseo de esta noche ha sido largo pero ha merecido la pena. También llego a la conclusión de que en realidad yo no he elegido los sitios en los que he estado, igual que no he elegido la música que he escuchado; ha sido al revés, estos sitios y estas músicas me llamaron y yo acudí. Ahora estoy aquí en el Ragtime, sentado, escuchando a Bill Evans, en el último de los sitios que me queda para poder escuchar Jazz en Zaragoza, el único en que entre a la hora que entre escucharé parte de la banda sonora de mi vida. Y este lugar no corre peligro de desaparecer, porque este pub al estilo inglés es en sí el sueño de una persona que conocí en 1984 cuando llegué a la ciudad. Ya es hora de irme, le pido un Marlboro al camarero, un cigarro que tendré que encenderme fuera a causa de la prohibición (me gustan los bares sin humo, las prohibiciones no), me despido de Jesús Laboreo hasta el próximo miércoles. Ahora sé que es mejor escuchar que hablar de JAZZ.

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