martes, 29 de abril de 2025

Luis Felipe Alegre



Luis felipe Alegre 
(Foto Carlos Arroyo)

No demasiado alto, siendo amable, uno setenta. Media melena rizada. No pasaba desapercibido. Con las manos detrás de la espalda, los dedos entrelazados, normalmente en movimiento, se le veía pasar ligero por delante de Los Cabales hacia la terraza del bar Aragón, ritual repetido, posiblemente, casi a diario. Se sentaba en la última mesa de la derecha, una que hace casi esquina con la avenida Valencia, quizá para poder estar más cerca de la que fue su calle durante años. Pedía un café al oriental que regenta el bar y abría un libro de tapa blanda, normalmente ejemplar muy manoseado, ahí, sentado, entre sorbo y sorbo de su eterno café, veía pasar los versos y la gente del barrio junto a las horas matinales. 

Si  cuando iba hacia el Aragón nos cruzábamos, que solía ser uno por una acera y el otro por otra, sin aminorar el paso alzaba ligeramente la barbilla y me regalaba una sonrisa. Siempre pensé que esta sonrisa la había sacado de un amplio repertorio de muecas que atesoraba; me lo imagino practicado frente a un espejo hasta dar con la más adecuada para presentarla ante el teatro de la vida. Después del amable y fugaz estiramiento de labios, levantaba el brazo, me mostraba su palma y, acto seguido, volvía a entrelazar sus manos para seguir su marcha junto a quién sabe qué pensares. Si nos encontrábamos en la misma acera, como con cualquier otro amigo del barrio, cruzábamos unas palabras y cada cual seguía con sus quehaceres matinales. Las mañanas, sobre todo para un artista, son para nuestras cosas de artista; normalmente para pensar y, también, para intentar mejorar nuestro saber en nuestro oficio, rutina del día a día. En cambio las tardes (de jóvenes las noches) son para socializar. Si coincidíamos a esas horas vespertinas, que solía ser en La Taberna del Blues, con un vino pausado él y yo cerveceando, dábamos rienda suelta a nuestra filosofía de vida y otros temas, hablábamos de nuestras experiencias pasadas, también del futuro, en ocasiones nos desahogábamos poniendo a parir algún que otro estamento cultural y el poco criterio y conocimiento sobre el arte que tienen algunos de los que manejan la pasta,  también sobre la sociedad u otras cosas… en resumen, de lo que se suele hablar tomando algo  después de haber cumplido con los quehaceres diurnos. 

Supongo que se acercaba a mí porque en el barrio no había mucho donde elegir (tuve mucha suerte en esto). Me gustaba hablar con él, aparte de por su saber infinito, porque podía hacerlo, yo, sin filtro alguno, ya que coincidíamos en mucho en los temas más conflictivos, no creáis que es fácil poder hablar sin tapujos con alguien.  No me hizo falta demasiado para darme cuenta de que el saber de Luis Felipe estaba muy por encima del mío. En estos ratos descubrí parte del hombre que vivía fuera de los escenarios, una persona cultísima, de ideas claras y mucho oficio, sincero y consecuente con sus valores, poseedor de un arte que, al menos hoy, es poco valorado en este rincón del planeta, un hacer que posiblemente vuelva a ser admirado, porque todo pasa y todo queda en esta rueda imparable de la moda y lo inmediato, que hoy desmiente y mañana alaba el mismo hacer. 

Vi en él el corazón de actor y todas las cosas que admiro en un artista: dignidad y amor por su trabajo, profesionalidad, respeto al oficio y al público, conocer bien el relato y luchar por su verdad aunque esta conlleve pasar frío.

Luis Felipe Alegre, como dice mi amigo Cossío cuando alguien fallece, ha abandonado la nave. Seguro que hoy, domingo 27 de abril de 2025, en varios periódicos de la capital aragonesa, y alguno de Sudamérica donde, en varios lugares del continente valoran su hacer y es muy admirado, se podrá leer sobre él, sobre el excelente declamador poético que fue, sobre el actor, el director teatral, sobre el Silbo Vulnerado o sobre sus Noches de Juglares; incluso puede que alguien se acuerde de que organizó (como me ha comentado Carlos Arroyo) durante unos años el Festival de las Artes Excéntricas en el castillo de Valderrobres; en definitiva, sobre su carrera artística. Yo he querido dejar un poquito del tipo ese del barrio que andaba con sus pensamientos, al igual que Jorge Luis Borges y Octavio Paz, manos entrelazadas en la espalda. 

Fue Artista y Humano. Seguro que son muchos los que le echarán de menos, yo soy uno de ellos. 

Cuando vaya a Zaragoza y me acerque al barrio, si es por la mañana, seguro que, como tantas veces, echaré ojo a la mesa del bar Aragón que casi hace esquina con la avenida Valencia.