Como cada mañana, suena Gnawa blues, abro los ojos, levanto la persiana, entra la luz del nuevo día. Me quito el pijama de seda azul, dejo que caiga al suelo de azulejo azul, me meto en la ducha, dejo que el agua recorra mi cuerpo, echo un chorro de gel de lavanda sobre mi esponja marina, azul marino, el gel es azul. Cojo la toalla azul, me seco, me pongo la bata azul, me tomo un té azul. Me miro en el espejo, estoy sin ropa, me gusto. Pongo el disco Blue Train. Me pongo ropa interior azul, tejanos super ajustados y camiseta, trapos azules que ya había preparado la noche anterior.
Salgo a la calle, levanto la vista, el cielo está despejado, ni una sola nube. Cielo azul. Cruzo la calle Joan Miró, una vista preciosa del mar azul. Los albañiles, en la plaza del ayuntamiento, están marcando el suelo con azulete. Líneas rectas. Siempre me ha gustado cómo quedó el ayuntamiento después de la reforma, el contraste del añil de las ventanas con la fachada color arena arábica. Bien.
Llego al hotel, entro, Juan me acompaña a una habitación y me cambio. Dejo mis ropas en el armario, cojo una toalla azul. La arena quema, suerte que llevo las chancletas cobalto, extiendo la toalla, dejo las chancletas a un lado, me quito el sujetador del bikini (azul) y me sumerjo en las saladas aguas. Azules.
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